Cuando conocí al rey, creí haber encontrado un refugio, una promesa de paz después de años de tormenta. Mi nombre es Bianca, y aunque algunos me llaman “la madrastra malvada”, yo soy mucho más que eso. Soy la mujer que amó, que luchó, que intentó construir un hogar donde solo había sombras.
Vengo de una familia que se desmoronó por culpa de la ruleta y las apuestas. Mi padre perdió todo, y para sobrevivir tuve que casarme con un hombre viejo y frío, cuya muerte inesperada la noche de bodas me dejó libre y con una herencia que me sostuvo. Fue en una fiesta, vestida de viuda, cuando el destino me cruzó con el rey. Él apareció como un salvador, alejándome del sobrino de mi difunto esposo, un hombre oscuro que quiso robarme no solo mi fortuna, sino mi dignidad.
Al principio, fui reservada, temerosa de abrir mi corazón. Pero el rey vio en mí algo que nadie más había visto: belleza, inteligencia y una fuerza silenciosa que se negaba a quebrarse. Nuestras charlas se convirtieron en refugios, y pronto, el frío castillo se volvió un lugar donde podía soñar. Hasta que desperté una mañana y encontré a Brianna Nivis, mi hijastra, esperando fuera de la habitación del rey.
Ella tenía apenas veinte años, pero en sus ojos había un fuego que no era inocente. Su sonrisa dulce era un disfraz, una máscara que ocultaba una mente retorcida y cruel. Cuando vio las marcas de pasión en mi cuello, cambió. Tiró un jarrón, gritó, se lastimó con los fragmentos, y cuando intenté ayudarla, apareció el rey y sus guardias. Briana Nivis lloró, suplicó perdón, y con un acto digno de una damisela en apuros, me acusó de violencia.
Desde ese día, el castillo se transformó. Lo que antes era un palacio de luz y esperanza, se volvió un laberinto oscuro y gótico, donde cada paso que doy es un riesgo, y cada sombra es una amenaza. Briana Nivis se convirtió en la reina de las mentiras, manipulando a todos, torturando a los sirvientes y fingiendo ser la víctima perfecta.
El rey, demasiado ocupado con sus asuntos, no ve la verdad. Se siente culpable por no estar con su hija, y aunque duda, no quiere creer que la dulce Brianna pueda ser capaz de tanto mal. Yo soy la malinterpretada, la villana de este cuento, la que lucha por sobrevivir en un juego que no elegí.
Pero ya no puedo más. Es ella o yo.
El castillo, que alguna vez fue un refugio de luz y esperanza, se ha convertido en una prisión de sombras. Cada pasillo parece susurrar mentiras, cada puerta esconde secretos y cada mirada es una amenaza disfrazada. Desde que Briana Nivis apareció en mi vida, nada ha sido igual.
Recuerdo aquella primera mañana con una claridad que me quema el alma. Briana, con su sonrisa de porcelana y ojos que parecían inocentes, pero que ocultaban un abismo oscuro.
En ese instante, Briana se transformó en la víctima perfecta, llorando y suplicando perdón, acusándome a mí de violencia.
Desde entonces, cada encuentro con ella es una batalla silenciosa. Mientras todos ven a Briana como la dulce princesa, yo soy la madrastra malvada, la enemiga que quiere destruirla. Pero nadie ve lo que yo he visto: la crueldad oculta tras su rostro angelical, la manipulación calculada, el placer enfermizo que siente al hacer sufrir a los demás.
Recuerdo la primera vez que sospeché que Briana no era la niña perfecta que todos creían. Fue en una cena formal, cuando un sirviente cometió un error menor. En lugar de corregirlo con paciencia, Briana lo humilló frente a todos, disfrutando cada segundo de su vergüenza.
—¿Por qué haces esto? —le pregunté en privado, esperando una respuesta que justificara su crueldad.
Ella me miró con una sonrisa fría y dijo:
—Porque puedo. Porque nadie se atreve a detenerme.
Aquella noche, comprendí que estaba frente a una mente peligrosa, una mujer que usaría todas sus armas para destruirme.
A veces, me pregunto si estoy perdiendo la razón. ¿Soy yo la villana de esta historia? ¿O es Briana la verdadera amenaza? El castillo se ha vuelto un laberinto oscuro, y yo soy una sombra que intenta sobrevivir.
Cada paso que doy, siento su mirada clavada en mí, juzgándome, esperando mi caída. El peso de la soledad me aplasta, y el silencio se convierte en un grito ensordecedor.
Pero no puedo rendirme. No puedo dejar que esta niña psicópata destruya todo lo que he construido. Porque en este juego macabro, solo una puede sobrevivir.
Era una noche fría y silenciosa, el castillo dormía bajo un manto de sombras. Yo caminaba por uno de los pasillos menos transitados, tratando de encontrar un momento de paz en medio de la tormenta que era mi vida. Pero Briana me esperaba, oculta tras una esquina, con esa sonrisa que ahora sé que es la antesala del peligro.
Sin mediar palabra, me lanzó contra la pared con una fuerza que no esperaba. Sentí cómo mi cabeza golpeaba el frío mármol y un sabor metálico inundó mi boca. Caí al suelo, el dolor ardía en mi costado, y la sangre comenzó a manar lentamente de una herida profunda.
Ella se inclinó sobre mí, sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y locura.
—¿Ves esto? —dijo, señalando su codo, donde apenas tenía un raspón—. Esto es lo que importa aquí. Mira cómo todos corren por mí, por un simple rasguño.
Mientras hablaba, su rostro se transformó en el de una conejita asustada, con lágrimas falsas que caían por sus mejillas. Gritó pidiendo ayuda, y en minutos, todo el personal del castillo estaba a su alrededor, atendiendo su “herida mortal”.
Yo, desangrándome en el suelo, apenas podía moverme. Nadie se fijó en mí. Nadie vino a ayudar a la reina, la madrastra, la “mala”. Sentí que la oscuridad me envolvía, y comprendí con claridad aterradora que si no escapaba, moriría a manos de Briana.
Después de aquella noche, supe que no había vuelta atrás. Briana no era solo una amenaza para mi posición, era un peligro real para mi vida. Cada día en el castillo se convirtió en una batalla constante, donde la mentira y la violencia se entrelazaban en un juego macabro.
Intenté hablar con el rey, contarle la verdad, mostrarle las heridas, las pruebas. Pero él, cegado por el amor a su hija y la culpa por no haber estado presente, me miraba con tristeza y duda.
—Briana es mi hija —decía—. No puedo creer que sea capaz de hacerte daño.
Mientras tanto, Briana tejía su red de engaños con una habilidad aterradora. Torturaba a los sirvientes, los manipulaba, y cuando yo intentaba detenerla, ella fingía ser la víctima, la inocente princesa que solo quería paz.
El castillo se volvió un lugar oscuro, opresivo, donde cada sombra escondía una trampa y cada sonrisa una amenaza. Mi mente luchaba por mantenerse cuerda, pero el miedo y la soledad me consumían.
Sabía que debía actuar, que debía encontrar una forma de escapar o enfrentarla de una vez por todas. Pero ¿cómo luchar contra alguien que todos creen perfecta? ¿Cómo sobrevivir cuando el mundo entero te ve como la villana?
Desde el principio, supe que Briana Nivis era un peligro que no podía enfrentar sola. Por eso, cuando decidí contratar al cazador, no fue para que matara a Briana y me trajera su corazón, sino para que fingiera hacerlo. Mi plan era simple y oscuro: dejar que Briana se saliera con la suya, usar su arrogancia contra ella y, en el momento justo, desaparecer para siempre.
El cazador llegó al castillo, un hombre de mirada fría y gesto imperturbable, que parecía conocer bien los secretos de la corte. Le expliqué la misión, pero en realidad, él ya sabía todo. Era cómplice de mi plan desde el principio.
—¿Seguro que quieres seguir con esto, majestad? —me preguntó una noche, mientras repasábamos los detalles—. Briana es peligrosa, pero también inteligente. No será fácil engañarla.
—Lo sé —respondí—. Por eso necesito que finjas que vas a matar a Briana. Déjala creer que puede manipularte, que puede usar sus encantos para doblegarte. Y cuando llegue el momento, finge matarme a mí. Así, todos creerán que la malvada madrastra desapareció, y yo podré escapar.
El cazador sonrió con una mezcla de respeto y complicidad.
—Entonces, ¿qué hago si Briana intenta seducirme?
—Déjate llevar —dije—. Que crea que tiene el control. Pero recuerda, esto es solo un juego.
Y así comenzó la trampa.
Briana, confiada en su poder y belleza, no tardó en acercarse al cazador. Con su sonrisa dulce y mirada inocente, lo envolvió en su telaraña de mentiras y promesas. Pasaron una noche juntos, y el cazador fingió caer en su juego, mientras planeaba cada movimiento con frialdad.
Cuando llegó el momento, el cazador volvió al castillo con un corazón falso y la noticia de que Briana había sido eliminada. Pero la verdad era otra: Briana seguía viva, y yo fingía mi muerte para poder huir.
La noche en que todo se consumó, el cazador simuló matarme. Yo caí al suelo, fingiendo la agonía y el desvanecimiento. Los sirvientes lloraron mi “muerte” y Briana celebró su aparente victoria.
Pero mientras todos creían que Bianca, la reina, había desaparecido, yo me preparaba para comenzar de nuevo, lejos del castillo oscuro y las mentiras.
El día después del funeral, el castillo estaba envuelto en un silencio pesado, como si el aire mismo temiera pronunciar palabras. El rey, abatido y con el corazón hecho trizas, se sentó solo en su despacho, rodeado de recuerdos que ahora parecían mentiras.
Pero entonces, la sombra de Briana apareció donde menos lo esperaba.
Ella entró con esa sonrisa que ahora ya no era dulce, sino venenosa, una mezcla de triunfo y locura contenida. Sus ojos brillaban con un fuego oscuro que helaba la sangre.
—Padre —susurró, acercándose lentamente—, ¿te has preguntado alguna vez qué es lo que realmente deseas?
Antes de que el rey pudiera reaccionar, ella vertió un líquido en su copa. El mundo comenzó a girar, y la oscuridad lo envolvió.
Cuando despertó, estaba atrapado en una pesadilla de carne y deseo retorcido. Briana, con manos frías y sonrisa cruel, le susurraba al oído con voz venenosa:
—Desde que era una niña, soñé con calentar tu cama, con tenerte solo para mí. Ahora, no solo tienes mi cuerpo, sino también mi alma, mi voluntad. Eres mío, igual que este reino y cada súbdito que camina por sus tierras.
El rey sintió el peso de la traición y el horror. La pureza de la princesa que había amado se había convertido en una bestia insaciable, una mente enferma que había profanado no solo su sangre, sino también la historia misma.
Mientras Briana se alejaba, dejando tras de sí un rastro de oscuridad y desesperanza, el rey comprendió que, en cada cuento, en cada leyenda, hay una verdad oculta, una versión que nadie quiere contar.
"¿Quién puede decir qué es verdad cuando cada historia tiene mil voces, y cada voz, su propia mentira? Tal vez, la pureza de los cuentos de hadas solo exista en la inocencia de quien los escucha. Pero, ¿y si esa inocencia es la mentira más grande de todas?"
You must sign up or log in to submit a comment.