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Friendship High School Inspirational

Masika deseaba desesperadamente que lloviera. Sabía que las posibilidades de que eso pasara eran casi nulas, pues el otoño recién había dado indicios de su presencia hace algunos días, levantando hojas teñidas de los árboles con su suave brisa escalofriante. La lluvia no vendría hasta en unos meses más. Aún así, esa mañana había tenido esperanzas al ver grandes nubarrones acumularse sobre la ciudad. Pero como siempre, la esperanza es algo no fidedigno, una ilusión que aún en el último segundo se las ingenia para hacerte creer en lo imposible. Masika sabía que lo imposible no existía. Masika sabía que las esperanzas eran algo en lo que no podía confiar. No existía la suerte, solo sus habilidades, entre las cuales lamentablemente, no se encontraba la capacidad para controlar el clima. 


Durante toda la mañana se esforzó por prestar atención al incoherente monólogo de los profesores que impartían su asignatura en el instituto de Stephen G. Osborne.

Luchó contra el infantil impulso de mirar a través de la ventana, pues ya se había desilusionado al confundir ingenuamente el rocío del pasto con gotas de lluvia deslizándose por la fría superficie transparente. Masika sabía que contemplar el cielo en busca de lluvia no le traía nada, pues el éxito solo se podía asegurar en aquello que se puede apreciar a largo plazo. Lo había aprendido en una de las oratorias que su colegio impartía los jueves. Sus padres la obligacion a asistir luego de que ella faltara a clases de violín para ir con unas amigas a comer helado en el centro comercial. Al parecer, disfrutar una tarde en Giovanni's no es considerado como algo esencial para un futuro exitoso, por lo que esa fue la última vez que Masika salió de rutina. También fue la última vez que estuvo en compañía de amigas, pues los amigos solo son un estorbo cuando se trata de ser excepcional. Así es que Masika dejó a lado los amigos, la diversión, la lluvia y Giovanni's . Y se centró en la imperturbable rutina que la había arrastrado a una vida de éxito incuestionable. 


La costa estaba a solo 37 kilómetros de distancia de la ciudad, lo cual serían aproximadamente 35 minutos de viaje en la autopista hacia el oeste. Aún así, Masika solo había visto el mar una vez en su vida, a la corta edad de los 6 años. Su padre había conducido en la camioneta temprano un sábado en la mañana y le había presentado esa extensa masa de agua. Masika se había quedado hipnotizada enseguida. El ir y venir de las olas, tan inconstante e independiente, le hacían sentir extrañamente serena. 

- ¿Ves esto? - le había preguntado su padre. Ella había asentido, sin querer ofender al magnífico mecanismo del océano con palabras incapaces de resguardar su hermosura. 

- De allá venimos Masika. Tu madre y yo te pusimos ese nombre por una razón. La lluvia es monstruosa, inunda ciudades y te ahoga con el peso de lo inconstante. Pero de ella surgen los brotes de alimento que dan esperanza - esa fue la única vez que le oyó mencionar la esperanza como algo real y tangible -. Tú tienes una responsabilidad Masika. Debes tener éxito, como tu madre y yo no pudimos. No lograrás eso si te fías de las olas, ¿entiendes? Lo inconstante se aprovecha de tí. 

Masika se quedó en silencio por varios minutos, hasta que logró armarse de valor y se dio vuelta. 

- ¿Por qué vinimos a la playa papá? 

Silencio 

- ¿Papá? ¿Por qué vinimos a la playa? 

Su padre no respondió. En su lugar observó con ojos relucientes el horizonte difuminado entre el mar y el cielo. Esa fue la última vez que llevó a Masika fuera de la ciudad. 


El casillero de Masika carecía de personalidad. La mayoría de los estudiantes de penúltimo año se esforzaban en demostrar que eran individuos creativos, expresándose en la más mínima oportunidad, pero Masika consideraba todo eso una gran distracción. No necesitas ser creativo si tus planes salen bien. Así es que en medio del pasillo, abrió su solitario casillero gris, el marginado entre los casilleros. 

Entonces escuchó una risa a su espalda. Era una risa que podía ser reconocida por cualquier estudiante, conserje y profesor de Stephen G. Osborne. Era una risa tan poderosa que era imposible ignorarla, era la risa de alguien que lo sabía todo sobre ti. Sierra Brown. Masika no sabía a quién se le había ocurrido describir la risa como algo hermoso y melodioso, cuando en realidad era un conjunto de sonidos lejos de ser melifluo. Pero si una risa era hermosa, era la de Sierra Brown. No sonaba bien, pero tenía carácter, y eso hacía que cualquier persona del mundo la reconociera como una serendipia. Algo que no buscabas, pero encontrabas inesperadamente como un hallazgo afortunado. 

- ¡Oye! ¿Masika cierto? ¡Feliz día del globo terráqueo! 

Masika se volteó sorprendida. Sierra Brown era la persona más impredecible del mundo, pero realmente no esperaba que le hablara precisamente a ella. Compartían clase de historia con el señor Kyle, pero nunca intercambiado más que un par de palabras. Era más probable que a Masika le saliera un tercer ojo a que Sierra Brown se dirigiera a ella.

- No le prestes atención. El día del globo terráqueo no existe. 

Ese era Matt Evans, el “compinche” de Sierra. Eran mejores amigos desde primaria. Matt era un chico afroamericano de estatura mediana y cabello rizado, que simplemente se dejaba llevar por la vida. Nunca lo había visto separado de Sierra, aún fuera del colegio. Parecían la sombra el uno del otro, producto de la luz del bondadoso destino que cruzó sus caminos. De todas formas, Masika no creía en el destino, por lo cual simplemente los describiría como dos buenos amigos. 

- ¡Claro que existe! Lo acabo de inventar. Además, existe un día para todo, ¿por qué no del globo terráqueo? 

- Uf, eres insufrible. En fin. ¿Tu nombre es Masika cierto? 

Masika asintió perpleja. 

-Sé que esto puede sonar raro, porque nunca hemos hablado. Pero hay una fiesta esta noche, y Sierra piensa que deberías venir. 

- ¿Te crees mi secretario ahora? Pero sí, es cierto, deberías venir. ¡Va a ser divertido! Un montón de borrachos adolescentes intentando parecer más interesantes de lo que son en realidad. Imperdible. La… 

- Espera un poco. ¿Es una especie de broma?

- ¿Qué? Por supuesto que no. 

- Pero, no… no puedo ir. 

Matt y Sierra la miraron extrañados, como si hubiera hablado en un idioma extranjero. 

- ¿A qué te refieres? Claro que puedes ir. No te preocupes por el transporte, Sierra y yo te pasamos a buscar alrededor de las 10. 

 - No entienden, yo… 

Sierra no le prestó atención en lo más mínimo y sacó un rotulador de su mochila. Agarró el brazo de Masika y escribió con letra irregular una serie de números en su antebrazo. La tinta se adhirió a su piel como si fuera papel. 

- Este es mi número de teléfono, si tienes problemas eligiendo el atuendo, simplemente llama. Te daría el número de Matt, pero no posee el más mínimo sentido de la moda. Bien, eso sería todo. Tengo álgebra, así es que nos vemos más tarde. Prepárate para la noche más espectacular de tu vida. 

- No bromea. ¡Esto va a ser legendario! 

Dicho esto, ambos se alejaron por el pasillo, bromeando como si nada había pasado. 


Sentada en su escritorio esa noche, Masika era incapaz de concentrarse. No podía dejar de pensar en su conversación con Sierra y Matt, sintió la tinta en su brazo como grabada en fuego sobre su piel. Sabía que no valía la pena darle vueltas a la cuestión. Dudaba que fue más que una estúpida broma. Pero aún así ahí se encuentran, sentada frente a una tanda de tareas incompletas, ya horas después de que la luz natural fuese lo suficientemente fuerte como para iluminar su habitación. Así es que se quedó sentada en la penumbra, inmóvil, intentando descubrir la x de su vida. 

Entonces escuchó un crujido frente a su ventana. Masika se puso alerta y corrió hacia la puerta de un salto para encender la luz. La habitación se iluminó al instante, recortando una silueta borrosa contra la ventana. Sierra. 

- ¿Qué…? 

Al ver que Masika no se movía, Sierra forzó la ventana hábilmente con un destornillador plano y entró a la habitación. ¿De dónde había sacado un destornillador plano? Masika no tenía idea.  

- ¡Vamos, ya es hora de irnos! Matt nos está esperando. 

Masika se quedó mirándola sorprendida, aún al otro lado de la habitación. 

- ¿Qué? Ya son las 10, no vas a querer perderte la noche entera. 

- Pero… les dije, no quiero ir. 

- ¿A qué te refieres? Pensé que estabas bromeando. 

- Tengo cosas más importantes que hacer. 

- ¿Como que? ¿Tarea? 

Sierra apuntó con el destornillador hacia el escritorio cubierto de libros y papeles sueltos. Por alguna razón, Masika se sonrojó. ¿Qué tenía de malo hacer tareas un jueves por la noche? 

- Mira, entiendo que te sientes presionada, y toda esa mierda. Pero relájate por una noche. Pronto nos vamos a graduar y vas a ser una doctora mundialmente reconocida. Podrás pasar todo el resto de tu vida estudiando y nadie te va a juzgar. Y te vas a arrepentir, que en penúltimo año de secundaria, hayas malgastado la oportunidad única de pasar una noche con Sierra Brown. Te elegí por una razón, Masika. Creeme, yo lo pasaré bien con o sin tí, tengo a Matt y con eso me basta. Pero tú… necesitas esto. 

- Mis papás… yo… 

- ¿Quién dijo que tenían que enterarse? Vamos, serán solo unas horas. Volvemos antes de que tus papás pasen al sexto sueño. Entiendo que quieras ser perfecta y todo, pero eso no es excusa para arruinarte la vida. Será solo esta noche, por favor. 

Masika se mordió el labio, un hábito que había ganado en su infancia. La idea sonaba tentadora. Por alguna razón, pensar en cometer una locura así, aunque sea por una vez en su vida, hizo que su corazón se acelerara. Su cuerpo entero le pedía a gritos tomar la mano extendida de Sierra y salir por su ventana a experimentar la vida real por una noche. Tantas cosas podría salir mal. Sus padres se despertarían, la fiesta podía salirse de control, la policía podía involucrarse… 

Masika agarró su abrigo y salió por la ventana hacia el frío aire otoñero de ese jueves por la noche. 


Matt aceleró en la autopista. Sierra y él cantaban a todo volumen una versión propia de una canción de Guns and Roses, Masika no estaba segura de cual. La radio retumbaba, el viento azotaba sus cabellos, las ventanillas bajadas y nada más que ellos frente a la interminable autopista que los iluminaba con su hilera de faroles parpadeantes.

Sierra gritó a todo pulmón, sus palabras mezcladas con el constante silbido del viento. Masika rió. No se había reído así nunca. 


 Ya desde la distancia se escuchaba la música atronadora que rugía en un único ritmo acompasado, mezclada con gritos y risas que provenían de una casa blanca cubierta de papel higiénico y guirnaldas de luces policromáticas. En el porche había una pareja besándose descaradamente, una nube de humo rodeándolos. Un grupo de chicas ebrias pasaba a su lado, agarrándose mutuamente para no caer. Reían torpemente, el olor a vómito impregnado en un aura repugnante a su alrededor. El interior de la casa era el lugar más caótico que Masika había visto en su vida. Una marea de adolescentes saltaba al ritmo de una canción, sus figuras poco definidas por el resplandor de las titilantes luces que destellaban en una lluvia multicolor. El sudor y el hedor a alcohol se mezclaban con otros olores desagradables, encerrando a la masa de adolescentes en una atmósfera asfixiante. Aún así, todos parecían estar disfrutando de la velada, como si no existiera nada más en el mundo. Extrañamente, Masika encontró encomiable la forma en la cual eran capaces de disfrutar del presente sin necesidad de preocuparse por la resaca que vendría al día siguiente. 

Sierra gritó algo inentendible sobre la muchedumbre.

- ¿Qué? 

- ¡Afuera! ¡Vamos afuera por el amor de Dios, mis tímpanos me van a matar! 

Matt tomó una Masika de la mano para que no se viera engullida por la muchedumbre que inundaba la estancia y la guió hacia el patio, donde la fiesta se había trasladado a la piscina. 

- Uf, mejor. No entiendo el afán de las personas de no escucharse mutuamente. Matt, sé un buen chico y tráenos algo para tomar. Masika y yo te esperamos al lado de la piscina. 

Matt partió nuevamente al caótico interior de la casa y Sierra le indicó a Masika uno de los bordes de la piscina más alejados del chapoteo de para que se sentaran. Se enrolló el dobladillo del pantalón y metió los pies en el agua, balanceándose como una niña en el primer día de vacaciones. Se quedará en silencio por un momento, hasta que Masika se atrevió a preguntar. 

- ¿Por qué te rapaste?  

- ¿Eh? 

- El pelo. Te recuerdo de séptimo grado. Tenías unos bucles preciosos, y te rapaste. Corren rumores en el colegio que tuviste cáncer en el verano, otros creen que te uniste a una especie de culto… 

Sierra se rió, como si la idea de pertenecer a un culto se le hubiese pasado por la cabeza antes. 

- ¿Sabes? Yo tampoco estoy muy segura. Supongo que un día me miré al espejo y no me gustó lo que vi. Siempre pensé que las personas rubias no tienen personalidad. Odiaba mi pelo. Así es que un día me aburrí y me rapé. 

- ¿No pudiste simplemente teñirlo? 

- Tenía catorce años, era todo o nada. 

Sierra se pasó la mano por los mechones rubios cortados al rape con una mueca satisfecha. A Masika le habría gustado poder ser tan segura de sí misma como ella. Llevaba siempre la misma ropa monocromática y su cabello no había experimentado un gran cambio desde los 5 años. Se empezó a preguntar si tal vez Sierra tenía razón. Tal vez su vida no era tan intrínseca como creía. 

Matt regresó balanceando tres vasos de plástico rojos. Sierra tomó el suyo y le dio un trago sin siquiera mirar adentro. 

- Podría haberte envenenado, ¿sabes? 

- Sigue soñando Evans. 

Masika miró sospechosamente el líquido dentro del vaso. Definitivamente no olía a soda. 

- Tiempo de una enseñanza de vida, Masika. Tomar no está bien. El alcohol es malo. Pero te prometimos la noche completa, y tienes que aprender a equivocarte de vez en cuando. Hazme caso, soy la reina de los errores. 

- Qué gran sabiduría su majestad. 

Matt hizo una reverencia, tomando un trago de su propio vaso. 

Carpe Diem , ¿no? Masika cerró los ojos, tomó aire y le dio un trago a su bebida. Matt y Sierra vitorearon. Algunos chicos de la piscina se les unieron, aunque no estaban muy seguros de que estaban celebrando. La bebida le quemó la garganta e incendió sus fosas nasales. Tosió y estornudó por unos segundos antes de levantar el vaso victoriosa, con una sonrisa en su rostro.

- ¡Por los errores! 

Matt, Sierra y Masika chocaron los vasos y tomaron un trago más. Y luego otro. 

- ¿Matt? Llevemos a Masika al OVNI. 

- Me parece una idea estupenda. 

Condujeron a Masika fuera de la casa y tomaron un pequeño sendero escondido detrás de unos contenedores de basura. Masika sintió como el alcohol empezaba a hacer efecto, se sintió más ligera y perdía el control de su cuerpo. Toda su vida se preocupó de dominarse, no mostrar sus vulnerabilidades y ser perfecta. Se dio cuenta de lo estúpido que era. 

- Mierda. Creo que nunca había dicho un garabato en mi vida. 

- Con poco se parte mi querida amiga. 

Poco a Poco. Era algo que su madre le solía decir. Ella había tenido que esperar treinta años para llegar a donde quería estar. No tengas paciencia, le solía decir. Esperar no te lleva a nada, tienes que abrirte paso tú sola a través del mundo. No te ilusiones con las coincidencias. La suerte no existe, solo tu esfuerzo que dará frutos con el tiempo. Después de conocer a Sierra, Masika dudaba que eso fuera verdad. La fortuna si podía golpear tu vida de forma inesperada. Al fin y al cabo, Matt y Sierra no la invitado por haber trabajado duro. La eligieron por ser ella. Eso la hacía sentirse mejor. 

El camino los condujo hacia una pequeña colina que se levantaba detrás de la hilera de casas que bordeaba el vecindario. La base estaba cubierta por árboles bajos que teñían sus hojas de fuego, creando una ilusión donde a la luz amarillenta de las farolas, el bosque se encendía como en un incendio impetuoso. El viento había comenzado su danza otoñal, girando en torno a los árboles y levantando piedrecillas del camino. Sin embargo, Masika no sintió frío, el alcohol le proporcionaba una capa temporal contra los témpanos que se clavaban en su piel. 

Cuando llegaron al claro que se abría en la cima de la colina, Masika se quedó boquiabierta. A sus pies se extendía la ciudad entera, un océano de luces que se entremezclaban entre sí, formando una telaraña infinita. Se quedó quieta, en silencio, el viento agitando su pelo y las lágrimas cayendo por sus mejillas. ¿Por qué estaba llorando? 

- Matt y yo encontramos este lugar en tercer grado. Creíamos que había un ovni en el claro. Supusimos que en el impacto los árboles… bueno, no importa. Nos escapamos una noche y… 

El resto no necesitaba explicación. La palabra hermoso no era suficiente para describirlo, ninguna palabra lo era. Era tan magnífico que no podías sentir nada más que la imagen luminiscente que se extendía ante tí. Y entiendes todo, entiendes que no sabes nada.  

- Masika. 

La frase se quedó colgando. No había necesidad de palabras. Masika entendía. Y entonces comenzó a llover, vacilante al comienzo, como si el círculo de la vida se reflejara en cada gota que caía sobre ellos. De ahí venía ella. Y la noche recién comenzaba.


May 15, 2021 00:40

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2 comments

Iris Orona
20:38 May 24, 2021

BELLA HISTORIA..ME ENCANTO MUCHO..

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20:54 May 24, 2021

¡Muchas gracias!

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RBE | Illustration — We made a writing app for you | 2023-02

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