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Mystery Speculative Latinx


Esta historia está basada en la leyenda chilote del Caleuche, un barco fantasma que navega por los mares de Chiloé. Cuentan los lugareños que quienes han logrado ver a la tripulación, han sido hechizados, atraídos a bordo y alejados de la costa, sin que nunca se volviera a saber de ellos.


Tenía diez años. La edad puede parecer irrelevante, y lo es, pero siempre insisto en mencionar esos diez años de experiencia que había almacenado cuidadosamente, pero que de nada me sirvieron al final. Porque diez años no pueden acumular leyendas más antiguas que la historia misma, diez años no pueden resguardar el origen de nuestras memorias. Tenía diez años cuando me encontré por casualidad con el relato vivo de mis ancestros, el cual en serio había sido escondido entre pliegues de verdad y cuentos de dormir. Y aún hoy la realidad parece, y no es, porque todo está difuso y nada es certero. 


Las pequeñas embarcaciones de madera de colores vivaces se estremecían ante el silbido del viento, el puerto crujiendo bajo el peso de la inminente tempestad. Las olas parecían ansiosas, abrazando la arena de la costa con vacilante indecisión. Densos nubarrones presagiaban lluvia, pero todo se fueron en tal calma que la fragilidad de esta pasaba desapercibida. De todas formas se podía ver como las planchas de cinc sobre los tejados eran afirmados con cautela, las personas equilibradas sobre las canaletas en busca de goteras escurridizas y ventanas sueltas.


Yo caminaba a paso ligero por la bahía, sujetando mi gorro de lana que se escurría intentando imitar la rutina del viento. En la otra mano llevaba una vieja cacerola encajada contra mi cintura que había encontrado abandonada junto al camino. Aunque un poco oxidada, serviría perfectamente para tapar goteras.


El aroma salado del océano condimentaba la peste del pescado fresco traído los días anteriores por los pescadores, los cochayuyos arrastrados por la marea me invitaban a sentarme en la playa y disfrutar de su carne, pero seguí andando. Y así de simple era la vida. Yo caminando por la costa, con mi cacerola en mano, arrastrando el chal a mis espaldas y levantando la falda en las zonas embarradas.


Llegué hasta el muelle, un esqueleto endeble que apenas se podía abrir paso entre el oleaje, sobreviviendo a base de milagros. Le dirigí un saludo al señor Aduante, quien desenredaba una larga cadena de redes. Nunca entendí su afán por persistir con tal imposible tarea, ya que la maya siempre termina por volver a su natural estado enmarañado. Pero parecía hacerlo feliz, silbando mientras me saludaba devuelta. No había nadie más en la playa. Debería haber sospechado algo. Pero tenía diez años, y en lo insólito de la escena, yo veía un paisaje mágico, en buen augurio de paz. Pero la paz se manifiesta en muchas formas, como el silencio después de los gritos enmudecidos de los pescadores perdidos en el mar.


A lo lejos, más allá del muelle, divisé una fogata, solitaria en un mar de granos de arena. El cielo se había oscurecido, y las nubes más bajas empezaban a tornarse de colores anaranjados y púrpura, indicando el fin de la tarde. Y en medio de la playa, donde las olas casi alcanzaban la vegetación escondida entre las dunas, se veía una figura encorvada sobre el fuego, atizando con un palo las brasas más débiles. El anciano Ponte, un hombre tan viejo y conocido como las misma Pincoya. Yo lo había visto algunas veces, en la playa, o en el muelle, pero nunca alejado del mar, mirando siempre al horizonte en espera de algo. Mi madre me había dicho que el dolor había cobrado el precio de la demencia, y que las palabras del anciano estaban adornadas con locura, pero yo creía que era solo la tristeza la que hablaba. De todas formas, nunca me había acercado mucho a él, tal vez por miedo, tal vez por algo más. Pero ese día era diferente, y por alguna extraña razón, sentí la necesidad de acercarme, como una polilla atraída a la luz de la vela. Y como una polilla, no me di cuenta del peligro hasta que el fuego ya estaba muy cerca, demasiado cerca. 


- ¿Disculpe? 

El viejo Ponte no se inmutó. Seguía encorvado frente al fuego, su poncho deshilachado colgando de forma desigual sobre sus hombros. Entonces estaba tan cerca que alcanzaba a ver las brasas reflejadas en sus pequeños ojos castaños y las profundas arrugas que demacraban su rostro tostado. 

- Me puedo ir si quiere pero… 

La verdad no estaba muy segura de la razón por la cual me había acercado. Se veía tan solitario, y un impulso, mi instinto, me llamaba a sentarme a su lado y hablarle. 

- ¿Señor Ponte? ¿Se encuentra usted bien? 

Un gruñido grave me sobresaltó. Por un momento pensé que era el Trauco, que me venía a buscar desde el bosque, pero luego me dí cuenta que provenía del anciano pescador. 

- Siéntate niña, pero no hables. Nadie me ha preguntado en mucho tiempo si me encuentro bien. No hay maqui acá. ¿Qué haremos? No deberías estar acá - luego una pausa en la cual no me atreví a hablar -. Necesito compañía, un viejo como yo… quédate, quédate niña. 


Era un desafío entender al viejo Ponte. Entre sus palabras había frases sin sentido, parecía un idioma completamente distinto. 


- No hay luna. ¿Será qué…? No, no será hoy. En fin, tal vez, nunca se sabe. 

- ¿Cómo sabe que no hay luna señor? El cielo está nublado. 

- Oh oh, niña, llevo años observando la luna. Me conviene saber cuando pueda llegar, y a ti también. 

- ¿Es por eso que se queda siempre observando el horizonte de noche señor? ¿Busca usted a la luna? 

- Eso sería mucho más romántico que la verdadera razón de mi desvelo. Sabes, cuando era joven… no, no, eres una niña, solo una niña, no te conviene saber estas cosas. ¿Qué haces acá? Vuelve a tu casa mejor, no me molestes más. 


Pero no me fui. Gran error. Tenía curiosidad sobre las extrañas palabras del anciano, de la luna, el maqui, y la razón por la cual siempre se quedaba cerca de la playa, mirando el horizonte en busca de algo. ¿De qué? 

Me quedé en silencio por unos instantes antes de insistir. 


- ¿Señor? ¿Qué está buscando? 


El anciano soltó una carcajada seca y amarga, oscura de una forma que no lograba entender, lo cual me hizo estremecerme. Por un momento, las llamas de la fogata parecieron avivarse, formando una pequeña pared de fuego vivo. Pero solo duró unos instantes, y pronto, mi mente lo procesó como una ilusión. 

- ¿Buscando? Más bien esperando. Cuando llegas a cierta edad ya no hay muchas cosas en la vida que importen, y mientras exista la esperanza, yo me quedaré esperando a esas que me importan a mí. Dicen que las olas traen todo lo perdido devuelta a la orilla, así es que acá me quedo. Pero no hay maqui en estos lugares, no no no. ¿Traes champa en esa olla niña? 


Le mostré el interior vacío de la olla oxidada. Él parecía decepcionado. 

- Entonces deberías irte. Mmmm esas nubes no traen lluvia, eso es malo. ¿Será hoy el día? La tormenta era tu última esperanza niña, pero ahora estás perdida. Sí, yo también lo estuve, ellos también. Pero ya no. Se acercan, vienen. 


Un escalofrío recorrió mi columna, y me envolví con más fuerza en el chal. Abracé la olla como si me trajera protección, pero era solo eso, una olla. Si hubiera tenido champa, tal vez me hubiera salvado. Pero estaba vacía. 


- ¿Quienes señor?

Más silencio. El sol ahora delineaba el horizonte con una fina franja de luz, pero el resto de la isla estaba sumida en la oscuridad. Solo los reflejos de luz en las olas lejanas que destellaban en la penumbra, y la candela de la fogata, que poco a poco perdía su fulgor, iluminaban la noche. Las luces de la aldea se encontraban detrás de las colinas, por lo que daba la sensación de que Ponte y yo éramos los únicos humanos restantes en el mundo. En ese entonces, para mí no existía algo más allá del horizonte fuera de mis sueños, y la isla lo representaba todo. El anciano y yo, la fogata y la olla vacía, y al noroeste, el muelle enclenque que apenas se sostenía en pie. Pero no había maqui, ni champa, ni luna, y eso parecía preocupar profundamente al pescador.

- Señor, con todo respeto, ¿no debería volver a casa? Es tarde y… 

- I can't. 

- ¿Por qué no? 

- No es de tu incumbencia niña. 

En ese momento me debería haber ido. Tenía razón, no era de mi incumbencia. 

- Señor Ponte, ya está todo oscuro, y se acerca una tempestad. Quien sea el que tiene que venir, estoy segura de que vendrá mañana, cuando el sol salga. 

- No, no, no, de día no vendrán, estoy seguro. Es de noche, en las noches sin luna, ahí es cuando van a venir. Y si me voy, ellos se aprovecharán, y me abandonarán para siempre. Dependo de una única promesa, niña. Si me alejo de la costa, donde no pueda verlos llegar, desaparecerán de estos mares. Y eso no puede pasar, no. Acá no hay maqui al fin y al cabo, es mi día de suerte. Y contigo… no, no importa. 


Nos quedamos en silencio por unos minutos más. Solo quedaban brasas en la fogata cuando me atreví a hablar de nuevo. 


- Usted… Todos dicen que está loco. Que perdió la cordura en el mar. Pero yo no lo creo. No es verdad, ¿cierto? Pasó algo, pero no logro entender qué… ¿A quién espera señor Ponte? ¿Por qué no vuelve a casa? 


El anciano suspiró, y se volteó a mirarme por primera vez desde que me acerqué a hablarle. Resistí el impulso de retroceder, ya que de frente, sin las sombras cubriendo su rostro, el hombre era mucho más aterrador de lo que me imaginaba. Su mandíbula estaba desfigurada, y su nariz torcida, la piel curtida maltratada con viejas cicatrices repartidas junto a las espesas cejas. Lo único humano que parecía quedar en su mirada eran los pequeños ojos castaños, que brillaban con la misma nostalgia que caracterizaba a cualquier anciano en la aldea. Pero en los suyos había algo diferente, un fuego intenso que no provenía de las brasas moribundas de la fogata. 


- Niña, mi historia es solo mía. De nadie más. Y tal vez ese sea el problema… porque morirá con mi alma cuando me vaya si no la comparto con nadie. 


La forma en que formuló la frase daba la impresión de que no hablaba de la muerte, si no que de algo más, pero era muy chica para entender que hay otros destinos que la muerte en los caminos del mar. 


- Así es que te contaré todo. Pero tienes prohibido interrumpir. No tengo mucho tiempo. No hay noches sin luna todas las semanas. Mmmm acá no hay maqui, no, no lo hay. ¿Quedó entendido? 

Yo asentí, sin estar segura a qué se refería exactamente. 


- Todas las historias tienen un comienzo, pero no sabría decirte cuál fue el de mi relato. A mi edad, sólo recuerdo el grupo de jóvenes orgullosos que se adentró en el mar sintiéndose poderosos, más poderosos que la fuerza de las olas que rompían contra la proa recién pintada. Íbamos en dos barcas, La Pinta y Villalobos. Partimos una mañana de primavera, con viento y clima favorable, las mujeres y niños a nuestras espaldas ondeando sus pañuelos para despedirnos en el muelle. No sé cómo, ni cuándo, pero llegamos más lejos de lo que deberíamos haber llegado. De todas formas, no sentíamos miedo. Éramos jóvenes, teníamos toda la vida por delante.

 

El fuego pareció avivarse con el relato del anciano Ponte, pero yo sentí frío, una gélida helada que se extendía por todo mi cuerpo como la mismísima muerte. 


- Cuando ya fue la hora de regresar, nos separamos del otro barco. No recuerdo exactamente por qué… Creo que avistaron un pedrusco con lobos marinos que no debería estar en ese lugar, y decidieron ir a investigar. O tal vez se fueron antes, porque su carga ya era muy pesada. No tiene importancia. La cosa es que cursamos rumbo hacia la isla, esperando llegar antes del atardecer. Pero nunca llegamos. Se formó una neblina, tan densa como la arena, que nos impedía ver más allá de nuestras narices. No sabíamos de dónde venía, pues era un día despejado, en medio de la primavera. Vagamos sin rumbo por horas, siempre perseguidos por el halo de niebla que nos obstruía el camino. Poco a poco se fue haciendo más oscuro, hasta que el sol se perdió en el horizonte y cayó la noche. 


El pescador se quedó en silencio, mientras la oscuridad se hacía cada vez más presente a nuestro alrededor. Las olas se perdían entre las tinieblas, el mar era una única masa invisible que se extendía hasta juntarse con el cielo negro. A mis espaldas las sombras jugaban con mi vista, engañando mis sentidos con miedos y pesadillas, por lo que fijé mi vista en la fogata. 


- ¿Qué pasó con el resto? 

- El Caleuche. 

Casi sentí alivio cuando escuché esas palabras. 

- El Caleuche es solo una leyenda inventada para enseñarles a los niños sobre la codicia y el engaño. No existe de verdad. 

- Que sea una leyenda no significa que no existe. Desde su punto de vista, el Caleuche es una historia falsa que habita en las mentes de los humanos. Pero créeme niña, lo que vi esa noche era muy real. Yo conozco la verdad, y ahora tú lo haces. El Caleuche navega por los mares de nuestra isla, esperando cobrar la promesa que alguna vez me hicieron. 

- Eso es ridículo. Nadie jamás lo ha visto, ¡todo el mundo sabe que se trata de una estafa para mostrarles a los niños la importancia de los valores! 

- ¡Tú no estuviste ahí! Yo sé lo que vi. La gente es buena ocultando la verdad en mentiras disfrazadas, en fingir que el mundo es tal como dicen que es. No lo es. 


No sé qué fue lo que me impulsó a seguir escuchando al viejo Ponte, aún hoy en día me desvelo preguntándome como mi curiosidad fue más grande que mi cordura. Pero eso ya no importa, lo que hecho, hecho está. El pescador siguió con su relato en voz más baja, como si de un secreto se tratase. 


- Los escuchamos antes de verlos. Al comienzo pensamos que era el otro bote que se había perdido también, pero oímos música y risas reverberar contra el viento. Era una melodía embalsamadora, que te llevaba a los mejores recuerdos de tu vida. Escuchamos copas chocando, pasos desiguales sobre una cubierta de madera y el sonido de flautas y violines tocando. Entonces apareció, repentinamente entre la niebla: La sombra de un barco gigantesco, con velas desgarradas y bordes difuminados por la niebla. Parecía ser una ilusión, a ratos desaparecía de tu vista, hasta que volvía a aparecer justo frente a nuestros ojos. Emanaba un fantasmagórico brillo verdoso y se deslizaba sobre las olas sin apenas rozar el agua. En la cubierta, distinguimos criaturas grotescas, con una pierna pegada a la espalda y el cuello torcido. Eran pálidos, más pálidos que la luna, y con los rostros más horribles que he visto en mi vida. Y a su lado los brujos. No me es permitido describirlos.

Intentamos escapar, pero la corriente nos empujaba hacia el barco, eran los conjuros de los brujos que nos atraían como un imán a las fauces de la bestia. Ninguno de mis compañeros escapó. Los brujos te atraen con riquezas, la ilusión de tesoros inimaginables y banquetes, hasta encarcelarte en una fantasía eterna. Y es imposible salir. 


La temperatura pareció bajar varios grados, pero la tormenta aún parecía reacia a empezar. Las nubes se arremolinaban arriba nuestro, relámpagos resonando a la distancia, pero la lluvia nunca llegó. El olor salado a mar se impregnó en mis fosas nasales mientras respiraba temblorosamente, juntando todo mi coraje para evitar huir de las historias de Ponte, quien aún miraba las llamas danzar sobre la fogata. 


- ¿Cómo ..? ¿Cómo es que el Caleuche nunca llega hasta acá? 

- Es el maqui, los repele. Tienen un olfato muy fino, y no soportan ciertos olores. Así es como te encuentras, por el aliento. Tienes que ponerte una champa en la boca, es la única forma de verlos sin convertirte en uno de ellos. 


- ¿Y la promesa? 

- ¿Qué promesa? 

- Usted mencionó algo sobre una promesa… de que ellos volverían para cumplir su promesa. 

El anciano pareció pensárselo un poco antes de responder, reflexionando sobre sus palabras. 


- Es cierto, me hicieron una promesa - hizo una pausa antes de continuar-. ¿Sabes cómo sobrevive una leyenda? Los rumores. Las historias. El Caleuche no existe a menos que nosotros lo hagamos perdurar en nuestros relatos. Yo era el único que conocía la verdad, hasta que llegaste tú. Una vida de riquezas, ¿te imaginas eso? ¿Cómo puedes rechazar un ofrecimiento así? Ellos prometieron que algún día volverían, y si yo estaba esperándolos, me llevarían con ellos. Pero por mientras, yo era el único que sabía de su existencia, y me necesitaban para perdurar en el recuerdo de los humanos. Si volvía a mi casa, ellos aparecerían, y me abandonarían, esta vez para siempre, dejándome atrapado en esta vida por toda la eternidad. Habrían cumplido su promesa, y serían libres de irse a donde quisieran. Pero ahora eso ya no importa. No hay maqui por acá. La luna no está. Esta noche vendrán niña, esta noche por fin me podré ir. 


Entonces escuché la música, el canto, las flautas y violines, primero suavemente, intensificándose poco a poco. Sacudí la cabeza, segura de que se trataba de la ilusión del viento, pero la melodía perduraba, jugando con el aire y entrelazándose alrededor del muelle a lo lejos. La niebla se hizo presente, y un resplandor fantasmagórico iluminó la superficie del agua. El Caleuche


- Ahora el Caleuche se queda en tus recuerdos niña. Ahora ellos viven en ti. Cuidado con la verdad, las leyendas viven en quienes las recuerdan. No te alejes mucho del océano, algún día volveremos. Acá no hay maqui. Eso es bueno, muy bueno. 


June 18, 2021 03:23

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